La soledad no deseada se expresa de manera individual: nos sentimos solas o solos. Sin embargo, es una problemática que está fuertemente condicionada por factores estructurales y determinantes sociales que nos hacen más o menos susceptibles a padecerla.
El acceso a la educación, a la vivienda, al empleo o a los recursos económicos, entre otros, son factores de riesgo para la aparición de sentimientos de soledad no deseada. La existencia de servicios y recursos de proximidad, así como la calidad del transporte de nuestros pueblos, también son aspectos importantes para comprender las causas que nos conducen a la soledad.
La soledad es un asunto complejo, multicausal, en el que correlacionan aspectos vinculados con la persona, pero también con su ambiente social y con las interacciones que en él se producen.
Las oportunidades de encuentro y socialización de nuestros barrios y pueblos son un elemento clave en la prevención de la soledad. La existencia de redes de apoyo y vínculos comunitarios significativos nos protege frente a la soledad.
Las intervenciones en soledad deben estar orientadas, en este sentido, a ofrecer apoyos individuales a las personas que sienten soledad, o se encuentran en riesgo de estarlo, pero sin olvidar que en el abordaje de soledad es fundamental incorporar un enfoque comunitario. Esto implica acompañar a las personas en el proceso de afrontamiento de su situación teniendo en cuenta siempre el contexto en el que ésta se produce, buscando aumentar sus posibilidades para participar y vincularse con su entorno más cercano, pues es en éste donde puede encontrar los apoyos para mitigar su malestar.
Por todo ello, resulta fundamental visibilizar el carácter social y relacional que tiene la soledad, pues de ello dependerá en gran medida las estrategias que pondremos en marcha para combatirla.
Tenemos un gran reto por delante.